La casa de mi abuela materna, Aurora Iglesias Rey, donde crecí, ya no se ve desde la carretera, está tapada con hiedras y arbustos gigantes. Una pequeña selva la cubre. Algo parecido al castillo de La bella durmiente, pero en este caso ni los fantasmas existen allí. Los matorrales impiden el paso a su interior. Ni el Príncipe del cuento se atrevería a meterse en ella. A los 19 años salí de allí junto a mi madre Yoya y mi hija Graciela, su padre estaba trabajando en Francia. Fuimos a vivir a Vigo con mis hermanos Fernando y José Ruibal. Vivíamos cerca de Mercedes Ruibal, una de las hermanas pintoras. La de San Andrés de Xeve era una casa enorme en la que a través de sus ventanas se veía un paisaje único. Por las noches, las luces del lejano puerto de Marín y su Alameda me acercaban al mar. Yo solía cantar desde esas ventanas hacia el valle. Al otro lado del río Lérez, oculto por la vegetación, está el pueblo de Mourente al pie de verdes montañas.
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