
José Ruibal Castro, mi padre, fue mi mejor maestro. Me hacía feliz cada instante que compartíamos. Él me enseñó a tener amor por la poesía y la música. Cantábamos juntos fragmentos de zarzuelas, interpretábamos Don Juan Tenorio, me enseñaba versos de Rosalía de Castro, Bécquer, Quevedo… ¡y me decía fragmentos de El Quijote de memoria!. Además también me cantaba la misa en latín. Había estado muchos años estudiando para cura, pero las mujeres le atraían más que los púlpitos y se casó con mi madre, una morenita preciosa.